No hay nada tan reconfortante en la vida canina como comprobar que la comida de tus humanos está en perfectas condiciones, para esto necesariamente hay que ingerirla y ellos no son siempre lo suficientemente avispados como para saberlo, por todo esto, un buen cánido doméstico debe emplearse a fondo con su humano y, pasando por alto todos los parámetros de nuestra educación, sentarnos en posición de firmes frente a ellos en la mesa, y seguir fijamente con la mirada acompañando de un imprescindible movimiento de cabeza el trayecto de los alimentos. Si estas profundas miradas intercaladas de leves respingos y profundos suspiros no dan resultado, estamos en la obligación de hacer al menos, un ladrido de advertencia.
Por algún motivo ajeno a la lógica, nuestros humanos son bastante propensos a, en determinados momentos, adquirir nuevos hábitos alimenticios llamados dietas, ¡levantad vuestras orejas cuando oigáis esta palabra!! Las dietas irremediablemente están ligadas a una pertinaz obsesión por no dejarnos cumplir con nuestras obligaciones caninas. En estos momentos debemos ser fuertes y mirar si cabe con mayor insistencia a sus cuencos, puesto que, aunque veamos que parecen alimentos inofensivos, verdes y en mínimas cantidades, nunca se sabe donde puede estar el peligro para nuestros queridos amigos.
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